UN BANQUERO MARXISTA CONTRA LOS ZARES: JACOB SCHIFF
Algunos de los capítulos más interesantes del libro de Henry Ford, El Judío Internacional, se refieren al influjo de la Banca judía en la caída del zarismo y el establecimiento del régimen bolchevique en Rusia. Henry Costón aborda el problema con mayor perspectiva y mejor documentación; y no acepta leyendas desde bases históricas sólidas que para el triunfo de la Revolución bolchevique, en marzo-octubre de 1917, concurrieron dos causas independientes, una y otra de origen occidental: la actuación masónica de los gobiernos burgueses cuya figura fundamental fue Kerensky; y la financiación de los revolucionarios por parte de un importante banco norteamericano de marca judía, cuyo presidente era un judío decisivo para la historia del siglo XX, Jacob Schiff, un nombre hoy prácticamente desconocido para la opinión pública. Una vez más no se trata de una conspiración judeo-masónica, porque el impulso judío y el masónico siguieron trayectorias diferentes y opuestas; pero sí de una conjunción de judíos, masones, que resultó fatal para la pervivencia del Imperio de los zares.
La investigadora rusa Nina Berberova ha establecido definitivamente el carácter masónico de los dos gobiernos en que intervino Kerensky y el apoyo que encontraron en la Masonería europea. Encontré en París con mucho trabajo el importante estudio de la Berberova Les franmagons russes du XXe. Si-ele y a poco lo encontré de nuevo sin problema alguno en la librería masónica del Gran Oriente de Francia, lo que demuestra el juego limpio editorial de la Masonería regular francesa, al menos en este caso. Ya he indicado que el Imperio ruso, desde finales del siglo XIX, mantenía una catastrófica estructura social, pero gozaba de una fuerte cohesión interna en torno a la Iglesia ortodoxa y la Monarquía, que permitió a gobernantes ilustrados como Stolypin trazar las pautas de un desarrollo capaz de lograr rápidamente la modernización del inmenso país, incluso después de la tragedia y el frenazo que supuso la derrota en la guerra ruso-japonesa de 1905. Pero la presión de un terrorismo variopinto acabó con el gran ministro en 1911, en el teatro de Kiev ante la familia real; y la Masonería de Rusia, aleccionada por el Gran Oriente de Francia y respaldada por el resto de la Masonería europea, se dispuso a tomar el poder para emprender desde él un gobierno que continuara la democratización y el desarrollo. Desde 1906 la Masonería, prohibida durante mucho tiempo, había rebrotado con fuerza en todo el Imperio ruso y al estallar la Primera Guerra Mundial en 1914 la mayoría de diputados de la Duma, creada por Stolypin, que era afecta a la Masonería, se dispuso a tomar el poder. Los masones occidentales insistieron a sus correligionarios rusos para que formaran en Rusia un gobierno liberal que prosiguiera enérgicamente el esfuerzo de guerra contra los Imperios centrales y no sucumbiese al abandonismo que predicaban los bolcheviques. El candidato preconizado por las logias de Europa occidental y de Rusia era un diputado populista-socialista, Alejandro Kerensky, quien en efecto era la figura significativa del gobierno liberal formado tras la Revolución de Febrero de 1917 por el príncipe Lvov, que era masón como Kerensky y todos los demás ministros menos uno. Desde entonces hasta octubre (nuestro noviembre) de ese año, el Gobierno provisional de liberales-masones, a cuya presidencia accedió pronto el propio Kerensky, se esforzó en mantener el esfuerzo de guerra, pero las terribles derrotas sufridas por los ejércitos del zar a manos de los alemanes minaron la moral de los soldados, a quienes la propaganda derrotista de los bolcheviques incitaba al abandono de las armas. Vladmit Ilych Lenin fue enviado, bien provisto de fondos, por el alto mando alemán a Rusia a bordo de un tren sellado para que contribuyera a la desintegración del frente enemigo y consiguió su propósito. En la segunda oleada revolucionaria de 1917, la de Octubre (nuestro noviembre) los bolcheviques tomaron el poder e iniciaron, a las órdenes de Lenin, los setenta y dos años de atroz dictadura que hundieron a Rusia y su Imperio en la degradación y el caos comunista.
Pero los revolucionarios de Rusia no contaron solamente con los millones de marcos que los militares alemanes habían puesto a disposición de Lenin. Toda su larga conspiración, desde la Revolución fallida de 1905, provenía de una fuente occidental, la gran banca norteamericana de propiedad judía Kuhn, Loeb y compañía, cuyo máximo dirigente era uno de los más extraordinarios aventureros en la historia de las finanzas mundiales, Jacob Schiff.
Al calor de la nueva prosperidad del Imperio ruso, que se presentía desde la última década del siglo XIX, la gran banca occidental, con los Rothschild a la cabeza, financió generosamente los empréstitos a Rusia, como ha demostrado Henry Costón". Pero uno de ellos, movido por un odio a la casa imperial de Rusia del que no conocemos las causas, apostó desde principios del siglo XX contra los zares y por lo tanto a favor de los revolucionarios que llevaban casi un siglo conspirando y agrediendo a la monarquía euroasiática. Era Jacob Schiff, nacido en Alemania de una familia judía radicada en Frankfurt y vinculada a la familia Rothschild. Emigró en su juventud a los Estados Unidos, se incorporó a la banca judía Kuhn, Loeb & Co, de la que llegó a máximo dirigente. Ese gran banco era el corresponsal en Norteamérica de la poderosa Banca judeo-germánica. Schiff era adicto a las teorías de Carlos Marx, excepto al antisemitismo del profeta rojo (que era judío) y al advertir que la pujanza del modernizado imperio japonés iba perfilando a Rusia como su gran objetivo de expansión militar, convirtió a su banco en fuente principal de financiación para el imperio japonés. Por otra parte, Jacob Schiff subvencionó a las diversas corrientes del terrorismo anti-zarista, que preparaba los caminos de la Revolución socialdemócrata, como entonces se llamaba al marxismo revolucionario que se constituía como fuerza principal contra el imperio ruso. Minada por el terrorismo, sorprendida con escasa preparación y una escuadra anticuada por la pujante fuerza naval japonesa, Rusia perdió su guerra de Extremo Oriente en 1905 y tuvo que aceptar la humillante mediación propuesta por el presidente de los Estados Unidos, Theodore Roosevelt. En las negociaciones de paz, mantenidas por el ministro ruso conde Witte con la delegación oficial de Norteamérica, se presentaron también por parte norteamericana el banquero Schiff y el gran maestre de la Masonería específicamente judía, el B'nai B'rith, otra conjunción judeo-masónica nunca explicada. Fracasó en cambio Schiff en su promoción de la Revolución rusa de 1905, que dejó, con todo, políticamente malherido al régimen zarista. Entonces el banquero judeo-germano-americano decidió apoyar la Revolución definitiva contra los zares, que acabaría por estallar en 1917.